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Contemporary Philosophy

María Zambrano y el nihilismo

Roberto Sánchez Benítez
Universidad Michoacana
sbenitez@zeus.ccu.umich.mx

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ABSTRACT: Heidegger se refirió al nihilismo como el proceso en el cual, al final del ser como tal, "ya no queda nada." Como se sabe, resumió en una pregunta la cuestión fundamental de la metafísica occidental: "¿Por qué hay ente y no más bien la nada?" Por otro lado, no deja de ser inquietante el que en la fase del nihilismo "consumado," como le llamara Nietzsche, asistamos a un "retorno de lo religioso." La filósofa española Maria Zambrano (1904-1991) abordó el problema del nihilismo desde la perspectiva precisamente de la "nada," consideráandola como la última forma de aparición de lo sagrado. Para ella, la nada permite superar el dilema del tiempo que el "delirio" del "superhombre"nietzscheano no logra realizar, a la vez que define la acción de la piedad en los tiempos recientes como aquella actitud de aceptación de lo "otro," del misterio y los diferentes planos de ser en los que el hombre se desenvuelve. La "nada" no puede ser pensada a partir del ser: es la sombra de la conciencia y de Dios. Sólo puede ser sentida de manera originaria (Heidegger la entreveía en la angustia). Con la "nada" el hombre ha pretendido reducir las distancias con lo divino, sólo que ha aventurado esto último a destinos terrenales.

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Una de las mayores desdichas y penurias
de nuestro tiempo es el hermetismo de
la vida profunda, de la vida verdadera
del sentir que ha ido a esconderse en
lugares cada vez menos accesibles.
María Zambrano, "Para una historia de
la piedad".

Aún y cuando no haya recurrido frecuentemente a esta noción, el pensamiento de María Zambrano de inscribe decididamente en lo que la misma normalmente designa: la condición humana caracterizada en Nietzsche por la "muerte de Dios" y la transvaloración de todos los valores, es decir, cuando el hombre "abandona el centro para dirigirse a la X", tal y como lo

sintetiza Gianni Vattimo, o por Heidegger cuando se refiere al nihilismo como el proceso en el cual, al final, del ser como tal "ya no queda nada". Trataremos de mostrar la forma en que, para la pensadora malagueña, este proceso adquiere una marcada fisonomía de carácter religioso, en la que precisamente esa "nada" desempeña un papel de primera importancia. Ya Heidegger había sostenido que tal vez la esencia del nihilismo resida en el hecho de que no se toma en cuenta seriamente la cuestión concerniente a la nada: quizá ella sea la razón de que la metafísica occidental haya derivado en nihilismo. Que la religión sea el transfondo de este acontecer no pareciera ya sorprender a nadie. Queriendo encontrar una razón a este "retorno de lo religioso", se ha declarado que se debe sobre todo a una "disolución general de las certezas racionalistas de que ha vivido el sujeto moderno, para el cual el sentido de culpa y la 'inexplicabilidad' del mal son elementos tan centrales como decisivos."

Como sabemos, la "muerte de Dios" es, en Nietzsche, la constancia de que el saber ya no tiene necesidad de llegar a las causas últimas, que el hombre ya no necesita creerse con un alma inmortal, o bien, lo que es lo mismo, reconoce explícitamente la ausencia de fundamento como constitutiva de su propia condición, de forma tal que el nihilismo consumado (única manera de superar a la metafísica) se ofrece como la oportunidad de referirnos emancipadamente a los valores que la tradición metafísica siempre consideró como bajos e innobles, a fin de que puedan ser

rescatados y vueltos a su verdadera dignidad. Para Zambrano, este acontecimiento de "vivir sin Dios", la muerte de Dios a manos del "más feo de los hombres", (el "inexpresable", dirá Nietzsche), es un fenómeno que se encuentra en el centro mismo de la religión cristiana, aún y cuando en todas las religiones se asista al nacimiento y muerte de los dioses. Muerte que traduce nuestra actual relación con lo sagrado, a la vez que explica la patente pasividad y autodestrucción del hombre contemporáneo: el anonadamiento de la conciencia. Se trata, por tanto, de un acontecimiento límite en el que las pretensiones de comunión con lo divino se traducen en tragedia: justo en el momento en el que la razón pretende su más anhelada libertad, y que no desea compartir su poder con nadie, la acción sagrada de matar a Dios es un crimen que el hombre necesita para apaciguarse y realizar su naturaleza: ser perdonado. Crimen en contra del amor, contra lo que se adora, llevado por la desesperación de querer reducir la distancia entre la vida divina (lo inaccesible o irreductible a lo humano) y la nuestra. Distancia que efectivamente queda reducida a nada, es decir, a llevarse a cabo en el abismamiento de la condición humana. Sin duda, éste es el punto donde la interpretación de Zambrano se separa de las acostumbradas sobre el nihilismo consumado.

De acuerdo con Zambrano, a la nada se ven conducidos quienes se encuentran cegados por la muerte. Dios y el hombre se igualan en la nada, en la negación. Hundir a Dios en nuestras "entrañas"; iniciar con el hombre un viaje de descenso a los "infiernos de la posibilidad inagotable". Suicidio, amor vuelto contra sí que, entre otras cosas explicaría el "quietismo" español y todo quietismo declarado o encubierto. Mientras que el nihilismo contemporáneo es entendido como una depreciación o negación de la vida en favor de valores suprasensibles o ficciones --la vida toma el valor de nada--, (nihilismo "negativo", en la interpretación de Deleuze sobre Nietzsche) y que tiene por consecuencia la desvalorización de estos valores superiores, no sólo negación de la vida sino de cualquier voluntad (nihilismo "reactivo", en la misma interpretación del autor de Diferencia y repetición), nada vale, nada es verdad, mundo sin valores, desprovisto de sentido y finalidad, Zambrano sostendrá que esta situación es una de las últimas posibilidades que tiene el hombre de formular sus vínculos más íntimos con la realidad.

En efecto, para ella la nada es la "última aparición de lo sagrado". Es la realidad del no-ser, de aquello que la razón excluye al no comprender. Intentar conocer la vida en su conjunto implica no retroceder ante (la) nada, que no puede ser pensada en función del ser, y para la cual sólo resta el camino de la revelación o la enunciación poética. La nada afecta al hombre como un sentir originario, es decir, en "los infiernos del ser". En el hombre contemporáneo se hace patente como lo "otro" que lo amenaza y le revela, al mismo tiempo, el sentido originario de su existencia, es decir, su vinculación con lo divino. Mientras el hombre siga negándola y oponiéndole su ser (además de todo lo que es), el infierno tendrá sentido, el misterio seguirá siendolo y parte de su autocomprensión se seguirá escapando. El hombre seguirá formando parte de la temporalidad.

Abandonarse a la nada significa entonces perderse en la noche de los tiempos, "dejando la historia, la conciencia y la responsabilidad aparejadas a toda pretensión de ser". El nihilismo, entendido de esta manera, se muestra como la culminación de esa historia del ser definido a partir de la razón o la filosofía. Para Zambrano, la nada será finalmente lo sagrado "puro", hermético, ambiguo, activo, incoercible. Es la sombra de Dios; lo que puede reducir a polvo los proyectos del ser, tal y como entendiera Sartre. En el hombre es más que ser. El místico lo sabe, el poeta lo presiente. Trascendiendo la resistencia que el ser del hombre le opone, puede revelársele como algo sin límites que "siendo la negación de todo aparece positivamente". La nada semeja ser, por tanto, la sombra de un todo que no accede a ser discernido, "el vacío de un lleno tan compacto que es su equivalente, la negativa muda informulada a toda revelación." Ha sido el proyecto de ser absolutamente, considera Zambrano, la libertad humana, lo que ha "despertado" a la nada. Para ella, y frente al filósofo que conquista seguridad y verdad e impone a la realidad la forma del conocimiento del ser, será el poeta quien, al perseguir la "multiplicidad desdeñada, la menospreciada heterogeneidad", las apariencias, saca de la humillación del no ser a lo que en él gime: saca de la nada a la nada misma y le da nombre y rostro. Antes que anhelar la seguridad, el poeta vive la angustia, en un ir y venir de lo que es a sus raíces, al origen indistinto del que ha partido todo. Debe permanecer abierto a todo, es decir, vacío, deshecho, frágil, para que las cosas que ni siquiera tienen oportunidad de ser porque ya otras existen, puedan arrancarse a lo innombrable.

En la nada no sólo se encuentra en juego la actividad poética frente a la racional del filósofo, sino que la actitud hacia ella, o piedad, representa la forma en que el "delirio" del superhombre nietzscheano puede salvar el escollo del tiempo. Zambrano considera que la idea del "superhombre" se inscribe en un proceso de "deificación" muy natural en el hombre. Nietzsche fue "la víctima, en estos tiempos que aún no acaban de pasar, del sacrificio que exige el delirio del ser humano de transformarse en divino". Delirio que arroja claridad sobre la historia occidental en su secreto último, ya que a través de él el hombre se ensueña a sí mismo: "la verdadera historia del hombre sería más que la de sus logros la de sus ensueños y desvaríos; la historia de sus persistente delirios." Para Zambrano, en el principio no fue el verbo, sino el delirio: revela la condición

inicial del hombre "perseguido" por lo desconocido. El hombre se siente mirado sin ver, presencia inexorable de una estancia superior a nuestra vida que encubre la realidad y que no es visible.

Con la idea del "superhombre", considera Zambrano, el hombre ha soñado la destrucción de sus límites, la indefinición o indistinción. Deificar la existencia toda, tal fue el reto de Nietzsche en contra del platonismo que había acostumbrado al hombre a vivir con algo desconocido a su alrededor y en sí mismo, a contentarse con la lejanía de lo divino, con la presencia de lo ausente. Vivir posponiendo la vida. Para ello, Nietzsche tuvo que retroceder hasta el caos originario y rectificar el destino del hombre de tal manera que no fuese ese ser distinto, dotado de un ser fijo y de una conciencia ubicada entre el bien y el mal. Rectificar lo humano y la conciencia que exige. Pero también, y relacionado con lo anterior, Nietzsche tuvo que enclavar la omnipresencia de lo divino en la vida, (la doctrina del "eterno retorno"), es decir, de que cada instante de la vida así rescatada llevara en sí todas las vidas posibles; actualizar en un sólo instante todos los ciclos recorridos, de tal manera que no hubiera nada en la vida que estuviera oculto, distante, ausente; vida en "acto puro", sin enigmas y con riesgos. Sin embargo, Zambrano creyó que la propuesta de Nietzsche se vio fascinada por lo divino sin que pudiera penetrar lo bastante en la "vida primaria de lo sagrado". La propuesta de Nietzsche ha pretendido destruir todo lo humano, salvo una cuestión: el tiempo y, más allá de él, la nada. De esta manera, el "superhombre" ha sido el último delirio nacido de las entrañas del inocente-culpable que no puede dejar la carga del tiempo, "resistencia implacable que la vida humana opone a todo delirio de deificación".

Solamente teniendo una actitud de aceptación, y no de resistencia a la nada, o lo sagrado, es que el hombre de nuestro tiempo podrá superar sus límites y el tiempo, ya que esta nada representa ante todo un "sentir originario", irreductible en el hombre, como hemos dicho. La nada conduce a Dios, de tal manera que hundirse en ella es "hundirse en el fondo secreto de lo divino". Lo que propone la pensadora malagueña es superar la concepción de la nada como aquello a que se opone el proyecto de ser del hombre, como lo que nos amenaza constantemente, cuando en realidad lo que verdaderamente amenaza la nada es al tiempo discontinuo y lineal. La nada es la sombra de la conciencia totalmente desasida de cosa alguna y de lo que la sostiene. Para Zambrano, vivir de acuerdo tan sólo con la conciencia aniquila la vida, mientras que las cosas que ella dictamina que no son son cuando se las padece.

La actitud que corresponde a la nada no puede ser otra que la piedad, forma de tratar adecuadamente a lo "otro", a lo que no se encuentra en el mismo plano que el ser, lo que es invisible, presentido y por tanto innombrable. La piedad es, a la vez, la matriz originaria de la vida del sentir, así como el sentimiento que nos sitúa en todos los planos del ser, entre los diferentes

seres de un modo adecuado. Piedad es saber tratar adecuadamente con el misterio. Es el sentimiento de la heterogeneidad del ser. "Otro" que puede ser interior, como en la inspiración poética, que tiene el carácter de "regalo" o no pertenencia, de "rapto", casi un estigma o padecimiento, o el daimon que vincula con la trascendencia y que sitúa al hombre fuera de sí. Para Zambrano, la piedad es acción ya que es sentir lo otro como tal sin esquematizarlo en una abstracción. Es en la tragedia griega donde la piedad pudo llegar a su máxima expresión al hacer posible el conjuro, la invocación, los decires que se repiten desde tiempos inmemoriales, pero también al mostrar las situaciones más extremas de la condición humana cuya codificación no es posible, al ser "exorcismo piadoso que reintegra el culpable a la condición humana; que hace entrar 'lo otro' en lo uno, que muestra también la extensión de lo uno --el género humano--, sus entrañas."

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Notes

(1) Filósofa española (1904-1991), discípula de Ortega y Gasset. Autora de Filosofía y poesía (1939), Pensamiento y poesía en la vida española (1939), El hombre y lo divino (1955), Persona y democracia (1955), De la Aurora (1986), entre otros libros. Ha sido la primera mujer en recibir el prestigiado premio de literatura "Miguel de Cervantes" (1988).

(2) El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, Barcelona, Gedisa, 1990, p. 23.

(3) Cfr. Nietzsche, Francia, Gallimard, 1961, vol. II, p. 48. Como se sabe, Heidegger formula la cuestión fundamental de la metafísica con la célebre pregunta: "¿por qué hay ente y no más bien la nada?" Para él, la nada es la posibilitación de la patencia del ente, como tal ente, para la existencia humana. Sin la originaria patencia de la nada no existe la "mismidad" ni hay libertad. En sentido análogo ocurre la valoración de Levinas: la nada ha desafiado al pensamiento occidental (Dios, la muerte y el tiempo, Madrid, Cátedra, 1994, p. 87).

(4) Gianni Vattimo, "La huella de la huella", La religión, Bs. As., Ediciones de La flor, 1997, p. 120.

(5) Guilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, Barcelona, Anagrama, 1971, p. 207.

(6) Apoyándose en versos luminosos de Rimbaud ("Me parecía que cada ser tenía derecho a otras vidas"), Zambrano considera que la existencia es una injusticia sostenida por una violencia permanente: lo que es lo es a pesar de lo que no es, de lo posible o infinito. La realidad es demasiado inagotable: "Porque cada ser lleva como posibilidad una diversidad infinita con respecto a la cual, lo que ahora es, es únicamente porque ha vencido de momento." (Filosofía y poesía, México, FCE, 1996, p. 115).

(7) Como sabemos, para Heidegger cinco son los temas principales de la "metafísica" de Nietzsche: el nihilismo como tal, caracterizado por la frase "Dios ha muerto" y en el que todos los fines asignados al ente devienen caducos; la "transvaloración de los valores" o la necesidad de desenraizar la necesidad misma de los valores y hacer del ente el principio de los mismos; la "voluntad de poder" como nota esencial del ente, devenir mediante el cual vuelve a sí mismo al carecer de fines externos; el "eterno retorno de lo mismo" que explica cómo es necesario que sea este ente en su totalidad, concebido como voluntad de poder autosuperable indefinidamente; y finalmente el "superhombre" o nueva posición de la esencia del hombre, la incondicional soberanía del puro poder, fin y sentido del único ente, la tierra. (Nietzsche, vol. II, p. 32 y ss.)

(8) María Zambrano, El hombre y lo divino, México, FCE, 1993, p. 154.

(9) A quien ha matado el "más feo de los hombres", de acuerdo con Nietzsche, es al testigo: "Pero El --tenía que morir: miraba con unos ojos que lo veían todo, --veía las profundidades y las honduras del hombre, toda la encubierta ignominia y fealdad de éste." "El hombre no soporta que tal testigo viva." (Así hablaba Zaratustra, Madrid, Alianza, 1978, p. 357)

(10) En el "Jubilado", cuarta parte de Así hablaba Zaratustra, Nietzsche hace decir a su personaje: "¡Mejor ningún Dios, mejor construirse cada uno su destino a su manera, mejor ser un necio, mejor ser Dios mismo!". (Así hablaba Zaratustra, p. 351).

(11) María Zambrano, "Para una historia de la piedad", La cuba secreta y otros ensayos, Madrid, Endymion, 1996, p. 128. Al respecto no podía ser más diferente esta idea que la sostenida por Nietzsche, aun y cuando también reconozca que la "piedad es la práctica del nihilismo". Para el autor de la Gaya ciencia, la piedad es el amor a la vida débil, enferma, reactiva. Anuncia la victoria final de los pobres, de los que sufren, de los impotentes y pequeños. La piedad, sostiene Deleuze, designa en Nietzsche al complejo de la voluntad de la nada y de las fuerzas reactivas. De esta manera, el hombre reactivo da muerte a Dios porque ya no soporta su piedad, quiere estar a solas con su triunfo. (Nietzsche y la filosofía, p. 211)

(12) Ortega y Gasset sostenía que al hombre le pasa absolutamente algo, a saber, ser, "existir fuera del pensamiento, en metafísico destierro de sí mismo, entregado al esencial extranjero que es el Universo." (El tema de nuestro tiempo, Madrid, Alianza/Revista de Occidente, 1987, p. 221.) El hombre no es res cogitans, sino res dramática.

(13) El hombre y lo divino, p. 223.

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